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-306- queñas cristiandades y en ellas se hace, humanamente hablando, tanto mayor bien, cuanto mayor~es la salud y la fuerza que se tiene. Por otra parte veo que el más grande de los Apóstoles, San Pablo, escogió para com– pañero de sus viajes a un médico, en la persona de San Lucas y que algunos grandes misioneros, como el Car– denal Massaia, por ejemplo, han debido al arte de curar, gran parte de su fama y de sus éxitos. Además, cada lugar a donde llega 'el misionero, tiene sus enfermedades típicas y hasta podemos decir, topográficas. ¿Quién por lo tanto podrá censurar justa– mente al misionero que se dedica a estudiar el modo de combatirlas en sí y en los otros con remedios deter– minados y casi completamente empíricos, sin necesidad de visitas repetidas, de diagnósticos aparatosos, ni cu– raciones propiamente dichas? Así es que puedes tran– quilamente tener, oh joven misionero, para tu uso y ttls necesidades ordinarias, los remedios convenientes; algunas medicinas más comunes, como son la quinina, la antipirina, la aspirina, algunos aceites, emplastos, sanguijuelas, colirios, etc... Con estos medicamentos solamente, suministrados con arte y conocimiento de causa, puedes obtener el mismo éxito, que se propone el misionero médico no especialista, pero con la inmen– sa ventaja de no exponerte a peligros y responsabili– dades. Por otra parte, es increible el bien que a la obra del misionero aporta la medicina practicada según los fines propuestos por la Santa Infancia y mediante la cooperación de nuestros médicos bautizadores y cate– quistas de ambos sexos. El cielo está lleno de niños

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