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-304- aun dentro de la mayor ignorancia de las ciencias que la medicina supone, pero lo difícil es poder mantenerla y conservarla. Es cosa demostrada que la gran fama de que gozan los médicos europeos y americanos en los países de misión, no se debe casi nunca a la aplicación de la medicina sencilla, que prefiere los remedios indí– genas, ni siquiera a la introducción de específicos, sino que se debe sobre todo a la cirugía, en la cual cierta– mente no tienen competidores. El misionero, por lo tan– to, debería hacerse también cirujano, cosa que le está absolutamente prohibida, tanto por las leyes canónicas, como por su propia incompetencia, a no ser que se tra– te de la cirujía rudimentaria, es decir, de hacer uµa in– cisión de vacuna o dar algunos puntos sencillos en una herida. En conclusión, el misionero debe dejar la medicina a los médicos y procure él curar a sus enfermos con las medicinas, espirituales y propias de su ministerio. Es verdad que entre los preceptos dados por el Divino Maestro a sus Apóstoles cuando los mandó a predicar por el mundo, se encuentra también el de cu– rar a los enfermos. Pero esto no da derecho a pensar que Jesucristo quiso crear un cuerpo de misioneros mé– dicos; lo único que pretendió fué que sus Apóstoles de– mostrásen la dignidad de su misión por medio de las obras de caridad, entre las cuales una de las más co– munes es la de compadecernos y cuidar de los pobres, de los abandonados, de los enfermos, en una palabra, de toda clase de miserables. Cierto, ciertísimo que el Divino Maestro curó a muchos enfermos y lo mismo vemos que hicieron los
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