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-293- Si el auditorio es mixto, las mismas circunstancias en que te encuentres son las que te han de enseñar el grado de libertad que puedes usar en tu predicación. Cosa muy distinta es, en. efecto, el encontrarse ante un auditorio compuesto de personas doctas y nobles o ante una multitud formada por la clase baja y trabajadora del pueblo. Ante un auditorio hostil en su mayoría, con– viene pesar bien las palabras y usar de una prudencia, que resultaría ridícula ante personas conocidas y ami– gas. Además en cuestión de predicación el nuevo misio– nero debe prevenirse contra un prejuicio, que el demo– nio no ha de dejar de sugerirle tarde o temprano. Es és– te: ¿para qué predicar, si no se saca fruto y nadie se convierte? Semejante idea, aparte de ser grandemente dañosa para el alma, es contraria también a la fe. «To– dos los que invoquen el nombre de Señor - decía San Pablo-se salvarán. ¿Pero cómo lo han. de invocar si no creen en El? ¿Y cómo han de crer en El si no han oido ni aun nombrarlo? ¿Y cómo han de oir su nombre si no se les predica? Porque la fe llega al alma por los oidos y a los oidos por medio de la palabra de Dios.» Así ha sido y será siempre, pues «el Señor ha querido salvar a los creyentes por medio de la locura de la pre– dicación.» El buen misionero confía siempre en la eficacia de la palabra divina, que es comparada por Jesucristo en la Sagrada Escritura al grano de la semilla: «Semen esf verbam Dei.» Ahora bien, una semilla no germina y fructifica el mismo día que la arrojan al surco. Y aun– que muchas de estas preciosas semillas caigan sobre

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