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-290- algunos a visitarte, dirige con disimulo la conversación hacia temas religiosos. «No te avergilenzes del Evan– gelio.» Por muy nobles y doctos que sean tus huéspe– des o visitantes, Jesucristo te ha constituido en maestro de ellos; si te escuchan habrás ganado sus almas y si es que no gustan de tu conversación se retirarán y de es te modo te quedarás libre de visitas fastidiosas y no perderás el tiempo en charlas inútiles. Por lo demás procura adaptar tu predicación a los consejos que daba San Francisco de Asís a sus religio– sos: «Sean bien pensadas y claras vuestras palabras, a utilidad y edificación del pueblo, enseñándoles los vicios y virtudes, la pena y la gloria con brevedad de pala– bras, porque también el Señor fué breve cuando predi– caba sobre la tierra» Los cristianos son hijos tuyos es– pirituales y de tí deben recibir el alimento de sus al– mas; pero no tienes derecho a fastidiarlos con sermones interminables y pláticas mal improvisadas. Piensan algunos que predicar ante cristianos es más fácil que predicar a un auditorio pagano. Están en un error. A los paganos en primer lugar no se les pre– dica sino raramente y además los conocimientos sagra– dos y profanos que hemos adquirido en nuestra carrera eclesiástica, bastan de ordinario para formar un largo discurso. Ante ellos nos encontramos como aquel hom– bre del Evangelio, que «profert de thesauro suo nova et vetera.» Mas a los cristianos, por el contrario, se les tiene que hablar con relativa frecuencia y esto llega a cansar y agotar al misionero, si no sabe defenderse y evitarlo por todos los medios posibles. No hay duda que el mejor camino para conseguir
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