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-289- 2. º-La predicación descuidada.-La predica– ción hecha así en tono familiar, sentado a la sombra del toldo de una tienda o en una barca y rodeado de tus compañeros de viaje, no cansa como la que se hace des– de el púlpito, reve1,tido de roquete y estola. Todos sabemos que en el momento de la predica– ción se establece entre el predicador y el auditorio, aun– que desconocidos entre sí, una corriente silenciosa e inevitable, que los mantiene estrechamente unidos. Pues bien, el misionero está aun en mejores condiciones. Un encuentro fortuito durante el viaje; un servicio cualquie– ra que el misionero presta a sus acompañantes; un pe– queño regalo de circunstancias, todo, en una palabra, aumenta extraordinariamente la mútua confianza y las ideas salen de los labios, fáciles, persuasivas, penetran– tes, hasta interesar a aquella pobre gente, que tal vez oye por primera vez hablar del alma, del cielo, de Dios. Con frecuencia siente el misionero cumplirse en sí mismo aquellas palabras de la Escritura: «El Señor pon– drá elocuencia en los labios de los que evangelizan.» Y en efecto, aun antes de conocer bien la lengua de un pueblo, nos vernos, con gran aqmiración nuestra com– prendidos por las gentes, sin poder explicarnos con exac– titud, al menos humanamente, la causa de aquel fenó– meno. Esto te ha de enseñar, oh joven misionero, a no esperar a ser doctor para decir -algunas buenas palabras a tus cristianos y a no querer tener siempre por púlpito las gradas del altar o la cátedra sagrada, sino «praedi– ca verbum, insta opportune, importune» dentro y fuera de casa, en la iglesia, en la escuela, en los cami– nos, y en la casa de las familias que te hospedan. Si van 19

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