BCCCAP00000000000000000000185

-288- fodo le sirve de cátedra sagrada a un buen misionero. Y esto que para él es ya una ventaja, es también casi siempre una necesidad y hasta un desahogo, dado lo continuo, lo largo, y lo enojoso de sus viajes. Acompáñate, pues, como el Diácono Felipe, de uno o más compañeros de viaje; gánalos con tus buenas ma– neras y vete evangelizándolos poco a poco. El viaje se hace así menos fatigoso y realizas al mismo tiempo tu noble apostolado. Tal vez no conseguirás que exclamen como el otro: «Aquí tenemos agua, ¿qué puede impedir que nos bautizes?»; pero no será raro que los aficiones al estudio de la religión y a lo menos, siempre habrás abierto más de un ahujero en la estrecha malla de la idolatría y superstición, que los envuelve y tal vez, por alguno de esos ahujeros entrará, cuando menos lo pienses, la gracia del Señor. Otros recogerán el fruto, pero tuyo es el mérito de haber arrojado la semilla. El misionero siempre debe repetirse con San Pa– blo: « Vae mihi si non evangelizavero.» Habrá sin du– da tiempos en que la prudencia y la discreción aconse– jen el callar y en los que el hablar sería inútil y contra– producente. Jesucristo nos enseñó a no arrojar piedras preciosas a los puercos y con su elocuente silencio nos mostró lo que nosotros debemos hacer en ciertas oca– siones. Pero éstos son casos raros y el misionero r.asi siempre es escuchado, si no a gusto, al menos con de– ferencia y respeto, sobre todo, si a su celo sabe unir, como hemos dicho, un poco de generosidad y buenas maneras.

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz