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-26- Pero aparte de todo esto, una buena educación mi– sional o apostólica, como quiera llamársele, además de dar gran prestigio, sería al mismo tiempo muy útil para fortificar y robustecer la misma vocación sacerdotal de los jóvenes clérigos, la cual, si hemos de confesar la ver– dad, no gana gran cosa con hacerles aprender las victo– rias de César y Alejandro, las aventuras de Eneas o la vida disoluta de los dioses griegos y romanos por mu– chas nubes de gloria con que se la quiera envolver en las cumbres del Olimpo y el Parnaso. Por el contrario la idea de las misiones en sus siempre variados e inte– resantísimos aspectos contribuiría a formar caracteres se– rios y produciría verdaderas y sólidas vocaciones sacer– dotales como lo espera la Iglesia. Contad a los jóvenes alumnos la vida, las fatigas, las sorpresas y aventuras de un apóstol; las luchas, a veces sangrientas; su con– fianza sin límites, su paciencia inagotable y su pasmosa resignación, aún en los momentos más arduos y difíciles y los veréis enseguida llenarse de santa emulación y de sagrado entusiasmo. Y si ante tales narraciones notáis que permanece frío e insensible, podéis dar por seguro que tiene ya el corazón endurecido y la inteligencia embotada por cálculos terrenos de negocios materiales y parientes; y si por ventura llegara al sacerdocio, será de aquellos que van de continuo a caza, no de almas, sino de prebendas, comodidades y honores. La verdadera garantía de la vocación eclesiástica es el amor al sacrificio y la abnegación propia, co.:-as que constituyen precisamente el mejor símbolo del apostolado. «Inmediatamente después de ingresar en el Seminario-escribe el autor de la vida del Bto. Teófo-

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