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-280- los días presencia, lo confirman en su optimismo y aun– que no tenga donde asirse y todo parezca perdido a su alrededor, ese optimismo presta alas a su esperanza y traspasando las fronteras de lo terreno, vuela a beber nuevas fuerzas y mayores alientos en el seno paternal de la infinita Bondad de Dios. Un tal optimismo, al parecer exagerado, es objeto de las críticas de algunos, pero yo creo que es lo mejor que pueda desearse a un joveh misionero, aunque no sea sino como antídoto a la temible enfermedad del abati– miento, del cual hemos hablado ya en el capítulo an– terior. 2. 0 -Es una virfud.-Vn m1s10nero optimista no tiene ojos para ver los defectos de sus cristianos y mu– cho menos para enojarse por ellos y publicarlos. Los llora, los compadece en silencio y como los hijos de Noé, toma el manto de la caridad y caminando de espal– das, cubre las fealdades morales de su pueblo, en vez de hacer de ellas objeto de burla y escarnio, como el maldito Can. Las persecuciones no le abaten porque sabe muy bien que las promesas de Dios no fallan y las ve realizarse en todas partes, aun donde los otros no ven sino fracasos y ruinas. El misionero optimista no desespera jamás, sino que espera contra toda esperan– za y ve el bien aun cuando parezca que no existe ya en el mundo. Sin embargo, ser optimista no quiere decir preci– samente negar los males evidentes que presenciamos

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