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-274- obreros; ayudar a aquellos pobres neófitos en sus jus– tas quejas contra los tiranos; compadecerles, ayudarles, instruírlos. Así lo hicieron los verdaderos apóstoles de todos los tiempos y por eso precisamente es hoy cris– tiana tan grande parte del mundo. ¿No estaríamos noso– tros mismos envueltos, hoy todavía, en el paganismo y la idolatría, y no seríamos tal vez peores que esos mis– mos de quien.es nos quejamos, si Pedro, y Pablo y San– tiago se hubieran dejado vencer por el abatimiento, an– te los vicios abominables de nuestros antepasados, de de los cuales nos hace el apóstol San Pablo una pintu– ra tan viva y realista en su « Carta a los Romanos))? Por lo tanto, si hemos de ser sinceros, tendremos que confesar que nuestros cristianos no son peores, que los que acabamos de describir y que si es cierto que hay entre ellos indevotos, concubinarios, opresores, im– penitentes, escánda1osos, especuladores e indiferentes, no es menos cierto, que hay también y son la mayoría, piadosos, observantes de los preceptos de Dios y de la Iglesia, frecuentadores de sacramentos; hay jóvenes • inocentes, vírgenes castas, neófitos y aun catecúmenos modelos, que por su fe, su devoción y su piedad aven• tajan a muchos de nuestros viejos cristianos, que pasan entre nosotros por ser creyentes prácticos. ¡Oh, nuestros cristianos de misión no son todos hijos pródigos y Abra– ham encontraría en todas nuestras cristiandades los diez justos que no pudo encontrar en su tierra para aplacar las iras de Dios ofendida por la iniquidad de los otros.
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