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-272- vicios y pecados. Aunque predico dos veces por sema– na, muchos no vienen a la Iglesia sino en las gran– des fiestas y aun entonces más lo hacen por divertirse, que por instruirse. Algunos se marchan apenas ha termi– nado la lectura, otros ni siquiera aguardan a oírla y no faltan quienes no ponen atención ninguna a lo que se lee sino que se están hablando y cuchicheando en algún rincón de la Iglesia. Las mujeres hablan a veces tan fuerte, que perturban el silencio del templo. Todos si– guen tan apegados como antes a las cosas materiales de la tierra, la agricultura, el comercio, sus pleitos. Los jóvenes están muy lejos de hacer por el estudio de la ley de Dios el esfuerzo y los gastos que hacen por et estudio de las letras humanas, para conseguir las cuales no perdonan maestros, ni libros, ni viajes. Sin gusto por la meditación de la palabra divina, tan sólo sienten avidez y ansia por los juegos y espectáculos. No digo que no haya algunos aficionados a sus sacerdotes y que dan algo para la Iglesia, pero no hacen el menor esfuerzo por mejorar sus costumbres· y permanecen sumidos en las mismas obscenidades y en los mismos vicios de su antiguo paganismo.» (Becker.) ¿No es verdad, mi querido hermano, que es ese un cuadro nada lisonjero de aquellos tiempos, que a noso– trss nos llenan de admiración, porque los desconocemos y porque los miramos a través de nuestros falsos pre– juicios? Y los pueblos convertidos por el gran Apóstol de las Indias, San Francisco Xavier ¿eran acaso mejores? Oigamos lo que el P. Nícolás Lancilloti escribía a San Ignacio: «Los que aquí abrazan el cristianismo lo
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