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-270- tes cosas y que sabes demasiado que eso no sucede en ninguna parte, ni ha sucedido jamás en el mundo. He aquí al efecto algunas observaciones justísimas de un viejo misionero: «Es necesario - dice-no exagerar nuestro ideal de perfección, exigiendo a los paganos que se convierten y continúan forzosamente viviendo en un ambiente infiel, un cúmulo de virtudes que no se encuen– tra ni en muchos de los viejos cristianos de Europa, a pesar de haber nacido y vivido en pueblos tradicional– mente cristianos desde hace veinte siglos y haber teni– do a su disposición toda clase de ayudas espirituales. Los que llegan a las misiones después de haber ejerci– do su ministerio entre clases pobres y trabajadoras de Europa experimentan mucho menos escándalo, porque han visto ya algo de la influencia que ejerce ei medio ambiente en las costumbres y vida de los individuos. Los infieles convertidos son por lo demás tan vul– gares, como lo eran los primeros neófitos que siguieron a Jesucristo. Gente ruda, material, ignorante, después de tres años pasados en una escuela como la de Jesús, todavía soñaban, antes de la venida del Espíritu Santo, con un reino terreno y se peleaban entre sí por saber quien de ellos ocuparía en él el primer lugar y hasta se interpuso la influencia egoista de una madre, para que se dieran a sus hijos los dos primeros puestos. Y todo terminó con un abandono vergonzoso de su maestro, cuando lo vieron preso y maniatado por sus enemigos. Y los primeros cristianos convertidos por los após– toles ¿fueron, por ventura, de mejor condición? No ha– blemos de los cristianos de Jerusalem, escogidos entre la porción más religiosa de la Judea y que perfeccionan-
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