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-267- a desear el fulgor de los relámpagos y el estruendo de los truenos, como en el monte Sinaí,. ni tampoco una estrella como la de los Magos, pero mucho menos desearíamos que la Fese despojase, como suele hacerlo, de todo su esplendor sobrenatural y apareciera en el al– ma, ante los ojos de la mayoría, como un fenómeno cual-· .quiera sin importancia. Sin embargo esto es lo que sucede ordinariamente y es necesario adaptarse al modo de ser de las cosas a fiñ de no vivir en un mundo imaginario y abatirnos sin provecho alguno. Aunque es cierto que toda verdadera conversión es un milagro de táctica divina, no obstante C(?nviene re– .{:Ordar que Die¡, casi nunca interviene en ellas de un modo sensible, sino que deja que obren en su lugar las causas segundas. Es ya mucho si algunos de entre los paganos se sienten atraídos a entrar en el gremio de la Iglesia im– pulsados por el buen ejemplo y los. delicados modales del misionero. Estas son las mejores disposiciones que pueden desearse, pero precisamente por ser las mejores no suelen ser las más ordinarias. Lo más común es que se repita la parábola del padre de familias, quien des– pués de haber esperado y desesperado por largo tiem– po, tuvo que contentarse con llenar la casa de pobres, de lisiados y miserables recogidos en la plaza y a lo largo de los caminos. Ya será un débil oprimido, que espera de tu ayuda el triunfo de sus derechos; ya un pobre indefenso, que. viene a tu lado para ponerse al cubierto de posibles ve– jaciones; éste porque fué vilmente calumniado; aquel
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