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-264- fuego como Elías, o tan batallador como San Pablo, hay momentos en que se sienten ganas de arrojarse desalen– tado bajo el bíblico enebro y exclamar a gritos: « Tm– det me etiam vivere. » No creo que haya habido un só– lo misionero, por valiente y optimista que fuera, que no haya gustado alguna vez las aguas amargas del abati– miento. Pero en ellos esto era un fenómeno transitorio, una como sorpresa de pocas horas y después se les veía reaccionar noblemente y cantar como David el himno del alma confiada: «El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quien temeré? El Señor es el que protege mi vida, ¿quien me hará temblar.? Nadie, oh hermano. La lucha entre el príncipe de las tinieblas y los representantes de Dios ha existido y existirá siempre. Cambiarán los procedimientos, el mo– do de esa lucha, pero substancialmente sigue siendo la misma. Por eso decía Jesucristo, «si a mí me han per– seguido, también os perseguirán a vosotros, como per– siguieron a los profetas que os han precedido. Así, pues ¿se agita el demonio? Buena señal. Re– dobla tú el valor, la vigilancia, el fervor y no temas. Observa cuidadosamente los lados débiles del enemigo, que los tiene y muchos, y después lánzate al asalto en el nombre del Señor. La victoria final será tuya. «Hoc eeclesim proprium est-dice San Jerónimo-uf tune vineat eum laeditur; tune intelligat eum arguitur,· tune obtineat eum deseritur; dum vexatur floret; dum opprimitur ereseit, dum eontemnitar profieit; tune stat eum superari videtur.» (De Trin., Lib. IV) ¡Oh, cuan grande es el consuelo, que sient~ un po– bre misionero, cuando después de una terrible lucha

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