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-260- siones, nadie te impuso Ja obligación, como Saul la im– puso a David, de matar cien filisteos, ni el sembrador del Evangelio dejó de arrojar al campo su semilla, aun– que sabía que bien poca había de fructificar y el Di– vino Salvador no dijo: «Si no os reciben en una ciudad, volveos a casa, sino «marchad a otra.» Pero aunque se diera el caso de que esta «otra» nos faltara, porque en todas se nos cierra la puerta, quedándose ellos obstina– nados en su incredulidad, aun entonces, oh hermano, no debes abatirte, ni desanimarte. Retírate a tu casa por algún tiempo. Si todos te huyen, tienes todavía a Jesús de tu parte y por ventura ¿no vale Jesús más de cien y mil convertidos? Y sus consuelos ¿no son mucho mayores que los que puede proporcionar la conversión del mundo entero? En esa reclusión y soledad forzada, pero dulce, acuérdate del Patriarca San José, Patrón de tu vida mi– sional. Tambíén él vió quemarse el incienso en honor de los falsos dioses: también él presenció el culto abo– minable que rendían los pueblos al demonio, y su cora– zón de creyente, de padre, de apóstol, quedó desgarra– do y dolorido. El también, como tú, conoció la obsti– nación de muchos, la indiferencia de todos, hasta que después de casi ocho años de destierro en países ex– tranjeros, salió de allí sin haber hecho tal vez ni un sólo discípulo de Jesús, a pesar de sus oraciones, sus exhortaciones, sus penitencias y buenos ejemplos. ¡Y era él el Justo! PerQ San José no desesperó del triunfo del Hijo de Dios, ni se quejó de que le hubiera tocado un aposto– lado aparentemente infecundo.

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