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-259- a) La obstinación de los paganos. b) Las contradicciones de los hombres y c) La poca fidelidad de los cristianos. La obstinación. ¡He ahí el tormento de tus tormen– tos, pobre misionero! Alzar los brazos, como Isaías, hacia un pueblo que no te cree y te contradice sin ce– sar, es decir, verte continuamente rodeado de multitud de idólatras sordo sa todas tus exhortaciones; oir los rui– dos, la música, los estampidos,, Ia algarabía con que ce– lebran las fiestas de este o aquel ídolo; ver las pagodas repletas de gente y una multitud entusiasmada y enar– decida al pie d~ un miserable tablado, donde se repre– senta una comedia inmoral, mientras tu capilla y tu casa están solas y olvidadas, envueltas en el silencio y la in– diferencia del pueblo. ¡Oh, qué lejos estamos de aque– Ilos tiempos en que un sólo apóstol convertía a nacio– nes enteras y un San Francisco Xavier llegaba a la no– che con los brazos rendidos de tanto bautizar.! Noso– tros, los que marcharnos detrás de esos grandes sega– dores de almas, no podemos conformarnos con ir reco– giendo aquí y allá aigunas miserables espigas escapa– das a las manos del demonio, verdadero amo del cam– p_o, y nos ponemos tristes y de mal humor con nosotros mismos, con los otros y con los que se nos acercan a contarnos sus azañas con un optimismo y un entusias– mo que nos ofende. ; Y si no llegamos a tanto, al me– nos permanecemos cabizbajos y avergonzados, dicién– donos: « Quid hic stafis tata die otiosi? ¿No sería preferible sacudir al aire el polvo de nuestros pies y alejarnos? No, no, mi querido hermano. Cuando fuiste a mi- ·

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