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-256- da, no para apedrearla y apalearla, como quisieran los fariseos hipócritas, sino para volverla, como Jesús, al rebaño y allí curarla de sus heridas. No hay medio más eficaz para arruinar una cristiandad, que un misionero duro y severo. Todos temen el acercarse a él, cristianos y paganos, mientras que por el contrario vereis que los pecadores, los publicanos, las pobres Magdalenas, van llenos de confianza a encontrar al misionero dulce y ca– ritativo, seguros de que los ha de recibir con los brazos abiertos y ha de volver a admitirlos, como al hijo pro– digo, a todos los derechos de su corazón de Padre. Deja que algunos afirmen que, obrando de esta ma– nera, tu autoridad disminuye; que en los países paga– nos sólo puede ponerse orden y hacerse obedecer con el látigo en la mano; que los buenos se enfriarán en su fervor y los malos se harán atrevidos. Deja, oh herma– no, que digan Jo que quieran. Tú sigue impertérrito el espíritu del Evangelio. Yo te aseguro que todo el fari– saico rigor de estos criticones, que de ordinario suelen ser muy dulces y suaves con ellos mismos, no vale lo que la oración, el buen ejemplo, la penitencia y el amor. Puedo decirte que en mi larga vida misionera ten– go muchas cosas de qué arrepentirme, pero no me he arrepentido nunca de haber usado de la caridad, cuando podía haber usado el rigor.

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