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-249- cil grangearse en las misiones el favor y benevolencia de las autoridades; pero ¡ay del día en que el misionero, por motivos humanos y no del todo justificables, se pon– ga en lucha con ella! La experiencia de muchos años me aconsejó a vivir siempre en amigables relaciones con la autoridad civil, o al menos, cuando no se puede otra co– sa, en pacífica convivencia. Ellos, como toda autoridad, tienen la espada en su mano y una vez ofendidos pueden hacerte mucho mal a tí y a los tuyos, como lo hacen con relativa frecuencia; mientras tú no tienes en tu fa– vor para defenderte más que la fuerza, no siempre aten– dida, de la verdad y del derecho. Sobre todo te aconsejo, oh joven misionero, que seas muy cauto en hablar con ellos. Las paredes tienen oídos y tus palabras, como las de la fábula, las repetirán a todos los vientos, recorrerán todo el país, serán co– mentadas por todos los ociosos de la región y por fin llegarán, tal vez agrandadas y adulteradas, a oidos del criticado y lo indispondrán contigo. Si tienes algo que alegar en defensa de tu ministerio, puedes y mu– chas veces debes hablar, pero siempre con educación y respeto. Si esto no basta y los poderosos se obstinan en contrariarte, no ternas. El que te envió es más podero– so que ellos; vuélvete a El y espera con paciencia que venga en tu ayuda. Este era el consejo, que daba San Francisco Xavier a sus misioneros: «Con el capitán y con los otros Comandantes-escribía-tratad siempre dulcemente, de. modo que no llegueis a indisponeros con ellos, aun en el caso que se obstinaran en hacer mal a los cristianos.» (« Vie ... etc.) Te aconsejo por lo tanto, oh hermano mío, que

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