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-247- pio, en las frecuentes relaciones que tengas con los po• bres idólatras e infieles, a usar con ellos de todo aquel respeto y benevolencia que se merecen por el mero hecho de ser tú un huesped en su país. Eres tú el an– gel que Dios les envía y como tal debes tenerpor única mira el honor y la gloria de aquel, que te ha enviado. Amalos por su amor. Hazles y devúelveles las acostum– bradas visitas de cumplimiento; acércate cuanto puedas a sus chozas y casas; siéntate de buena gana a su mesa cuando te inviten; si es posible invítalos tú a la tuya y sobre todo, muéstrales una gran confianza, escucha con calma sus razones y sus quejas, aunque se trate de tus propios cristianos y aun de tí mismo. El que seas sacerdote y misionero no quiere decir que siempre esté la razón de tu parte y no olvides que muchas veces los hijos de las tinieblas son más pruden- · tes y sagaces que los hijos de la luz y que por la tanto, con un consejo suyo, con una palabra, pueden muchas veces impedir el que cometas grandes despropósitos. Si lo haces así, difícilmente verás que se formen sobre tu cabeza grandes nubes de discordia o de venganza, mientras que por el contrario, el mayor castigo que pue– de sucederle a un misionero parcial e intratable, es el verse completamente aislado de los paganos y 1cntrega– do en manos de algunos cristianos intrigantes, que le acarrearán más disgustos y contratiempos que todas las exigencias y obligaciones de su difícil ministerio. Las buenas maneras valen, tal vez, más en un país pagano, que el buen ejemplo, la penitencia y que la misma oración. Ni la elocuencia, ni el dinero hacen los milagros que hace el amor y aunque los ministros pro-
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