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-243- to o las practicábamos voluntariamente en la parroquia, nos encontramos, casi sin damos cuenta, vistiendo pa– fios delicados y hasta preciosos, entregados a los pla– ceres de la mesa, durmiendo en camas bien mullidas, huyendo por instinto de 1as ocasiones de padecer y nos convertimos de este modo en misioneros llenos de co– modidades, completamente igual a los que envía el pro– testantismo, y aun a veces, más delicados y más exi– gentes que ellos. Misioneros sí, pero no apóstoles; misioneros, que pierden el tiempo miserablemente y que si algún bien hacen, es todo don gratuito del Señor y mérito de las penitencias que por ellos ofrecen algunas almas desco– nocidas. El demonio no tiene miedo del misionero dado a la buena vida, a la mesa abundante, a ·vestidos deli– cados y equipado con excesivo lujo. No fué así Jesús, ni lo fueron ni lo serán jamás sus verdaderos apóstoles. Y si en nuestros días ya no es posible aquella desnudez y pobreza casi absoluta de los Apóstoles, por haber cambiado el ambiente y las condiciones del apostolado, contentémonos con poco y sepamos adaptar nuestras necesidades al grado de la escala social en el que las costumbres del país donde vivim06 nos permiten per– manecer. No te olvides de que una penitencia moderada reju– venece el espíritu, es saludable al cuerpo, aumenta la pureza del corazón y alegra nuestra misma vida. De ordinario tenemos demasiado miedo a la mor– tificación y nosotros que la predicamos continuamente a los demás, encontramos mil razones para dispensamos de ella. Todo nos parece razonable y justo cuando se

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