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-238- redor de vuestra cabeza una aureola de santidad, ya que se admiran profundamente y apenas pueden com– prender el valor que hemos tenido para abandonarlo to– do y emprender tan largos viajes, unicamente por su amor y ante la esperanza de una felicidad futura e in– visible. Se encuentran también los ministros protestan– tes, que comparten 'con nosotros estos títulos de admi– ración y encienden también ellos, al fado de la nuestra, la lámpara de su predicación, poniéndola y levantándo– la sobre el candelabro de su prestigio religioso y civil, y para que ilumine a los mismos infieles, que nosotros queremos iluminar. La concurrencia que nos hacen es muy tenaz y la simulación del error, presentándolo con visos de verdad, casj completa. ¿Qué podemos nosotros ofrecer más que ellos a fin de que los pueblos nos co– nozcan y no lleguen a confundirnos con nuestros adver– sarios? El buen ejemplo, mi querido hermano. «Ex fructi– bus eorum cognoscetis eos.» No es aquí nuestro ob– jeto hacer un paralelo entre el ministro protestante y el misionero católico; pero puedes estar seguro que el para– lelo lo hará la gente, sin que tú lo pretendas. Te mirarán te compararán y te pondrán en parangón c-on tu émulo; serás estudiado, observado, discutido aun en los meno– res detalles de tu vida, hasta que de todo ello salga natu– ralmente la estimación de uno y la condenación del otro. Ahora bien ¿no sería verdaderamente extraño que, trocándose los papeles, apareciera la lámpara de los otros más brillante que la tuya? No sería verdaderamen– te feo y humillante el que se dijera por plazas, cami-
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