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-21- nerosidad, nos devolvería centuplicados los beneficios espirituales, que nosotros hubiéramos hecho a las al– mas de los infieles con un celo más activo por la propa– gación de la fe.ii (P. Manna.) La escasez de sacerdotes no debe por lo tanto ser causa de nuestro retraimiento. El Señor nos cierra a veces el camino estrecho por donde íbamos para abrir– nos otro de nuevos y extensos horizontes; los horizontes de las misiones y del apostolado. Es necesario dar a nuestra juventud una educación apostólica si queremos repoblar los Seminarios, 1as Parroquias, los Conventos y con ellas las misiones. Si en todas las clases sociales se siente aversión a la carrera eclesiástica es en gran parte porque no conocen de ella otros ideales que los que ven. Creen que es una vida monótona, desprecia– da y forzosamente ociosa la que se lleva necesariamen– te en las Parroquias y Conventos; y la juventud, que se siente llena de vida y de fuerza, consciente de su pro– pia capacidad y del derecho que tiene a que la respe– ten y estimen, se rebela ante esa perspectiva de tan restringidas proyecciones. Pues bien, levantemos como una bandera el pro– grama nobilísimo del apostolado, sobre todo del apos– tolado en las misiones entre pueblos infieles. Allí se muestra en todo su esplendor la vida, el trabajo, la dig– nidad, el ideal; y ante visión tan digna, la juventud no ·· podrá menos de sentirse atraída y venir hacia nosotros. Muchas han sido siempre las vocaciones eclesiásticas, que surgieron ante el espejismo de las misiones, ante el deseo de imitar a Jesucristo en la evangelización de los pueblos paganos, y puedo afirmar que fueron siem-

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