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-20- aspirant~ a misiones ve que se hace a sus deseos será interpretada como voluntad de sus superiores y para no desagradar a los que por tantos motivos se siente obligado, dejará a un lado su vocación misional y dese– chará su pensamiento cuantas veces le venga como si fuera una tentación diabólica o un capricho de sus po– cos años. Con las vocaciones misionales hay que usar el mis– mo sistema que empleamos en las vocaciones eclesiás– ticas en las cuales si con una mano retenemos, con la otra empujamos con el fin de seleccionar solamente los buenos y excluir a aquellos que no presentan suficien– tes garantías de éxito. Para algunos Superiores nunca hay suficiente per– sonal en las Diócesis o Conventos, pero piensen que si todos nos hubiéramos de quedar en las Diócesis o en los Conventos ¿a quién se habría dirigido el Divino Maestro al decir: «IJ y enseñad a las gentes?» Creo sinceramente que si Dios llama a un sacerdote o a un Religioso al apostolado el Superior que se lo impida no ha de sacar de él gran provecho. En los Seminarios o Conventos dende se sofoca todo entusiasmo misional ¿hay por ventura mayor disciplina o mejor espíritu sa– cerdotal y religioso? La misma falta de vocaciones ecle– siásticas y religiosas de que tanto nos lamentamos ¿no será tal vez justo castigo de no haber correspondido dignamente al encargo que el Señor nos hizo de pro– pagar su fe por todo el mundo? ¡Cómo abrirían los te– soros de la divina misericordia en nuestros países cris– tianos un mayor interés y un movimiento más intenso hacia las misiones! Dios, que no se deja vencer en ge-

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