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-219- rrerás veloz a la cabezera de los enfermos; con él ten– drás al día los libros de la Misión; con él procurarás bautizar cuantos niños paganos puedas; con él permane– cerás largas horas en el confesonario; con él prepara– rás cuidadosamente tus instrucciones, tus pláticas y sermones; con él estudiarás el mejor medio de conver– tir a los paganos y fortificar la fe de tus cristianos; con él abandonarás con alegría tu lectura predilecta, tu re– poso, tu recreo, tu conversación, a fin '.de ayudar al úl– timo de los catecúmenos; con él soñarás de noche y ve– larás de día; con él llorarás con los que lloran y te ale– grarás con los que ríen; con él montarás alegre a caba– llo, subirás a la litera, saltarás a la barca, lo mismo ba· jo la lluvia de la tormenta, que bajo los rayos queman– tes del sol; con él te harás padre de los huérfanos, ami– go de los jóvenes, consolador de los afligidos. Si tíenes verdadero celo no te negarás a ir al confesonario, aun– que no sea más que una sóla persona la que te llama; no dejarás de hacer tu acostumbrada prndicación, aun que no haya más que unas cuantas personas en la Ca– pilla; no dejarás para más tarde el bautismo de un niño, con la escusa de que ahora estás ocupado. ¡Ah!, para el verdadero misionero no hay hora de comer, de dormir y mucho menos de perder el tiempo en conversaciones inútiles, cuando se trata de hacer el bien a las almas, administrando los Sacramentos o prodigando sus con– suelos y consejos a los que lo necesitan. Es cierto que también el misionero, que· se deja arrastrar por la excesiva actividad personal, trabaja y trabaja mucho; pero raramente verás que ame y busque et trabajo humilde y oculto. Le sucede como a los que
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