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-218- tiempo. La Misa, la meditación, el Oficio, la lectura espiritual, el catecismo, la predicación, la asistencia a los enfermos, la visita a sus cristiandades, el confeso– nario, todo lo hace a medias y de mala manera. Mi querido hermano, si no quieres enfermar con es– ta extraña enfermedad de la falta de tiempo, huye la ociosidad, ruega mucho y te verás libre de ella. La li– mosna no empobrece el bolsillo y la oración alarga las horas. Donde quiera que te encuentres y en cualquier hora del día, ten siempre t:ntre manos algo útil que ha– cer; sólo así presentarás pocos lados vulnerable, a la tentación y en lugar del <stímulum carnis» con el que siempre tiene que luchar el ocioso, gozarás de las san– tas y sanas alegrías, que proporcionan la oración y el trabajo. 4. 0 La excesiva actividad.-Pero ten cuidado, oh hermano, de que por huír de la ociosidad no vayas a caer con armas y bagages en el campo opuesto de una actividad excesiva. Este microbio peligrosísimo de la vida apostólica se cubre casi siempre con la capa de un mayor celo por la gloria de Dios y la salvación de las almas, consiguiendo muchas veces de este modo pasar no sólo desapercibido, sino alabado. Pero si bien lo me– ditas, verás que el celo apostólico y la actividad perso– nal son dos cosas muy distintas y aunque algunas ve– ces se presentes juntos, notarás que ésta suele ser un un gran obstáculo para aquel. El verdadero celo es el mejor aliado de Jesús en la salvación de las almas. Con él co-
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