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-16- de los pueblos. Los encontraron esclavos y depravados en sus costumbres y los levantaron a la dignidad de hi– jos de Dios, les enseñaron a practicar la santa igualdad cristiana, transformándolos por completo. «Así como Europa fecundada por esta civilización llegó a ser lo que el mundo no hubiera sospechado jamás, del mismo modo Africa, Asia y Oceanía verán un día levan– tarse, mediante el apostolado católico, en lugar de sus falsas religiones y de su abyección moral, una religión de paz y caridad y una sociedad fundada sobre la jus– ticia, la ciencia, la libertad y trabajo.» (P. Manna.) Esto es lo que nos hacen esperar fundadamente las grandes conquistas religiosas a que estamos asis– tiendo de un modo especial en Asia y a las cuales vino a dar un fuerte impulso la citada carta apostólica. Si el mundo cristiano se organiza misionalmente, es decir, si se prepara a ayudar con la oración, la limosna y el fomento de las vocaciones apostólicas como quiere el Papa y es su deber, hemos de asistir ciertamente a grandes acontecimientos respecto a conversiones entre pueblos paganos, cismáticos y herejes. Me atrevo a afirmar que nuestro siglo ha de ser el verdadero siglo de oro del apostolado. Las mismas naciones disidentes, América sobre todo, no solo van abandonando el error, sino que procuran disminuir las bajas que el catolicismo les hace organizándose apostólicamente y mandando numerosos misioneros a la conversión del mundo. Por

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