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-15- ciosi pedes evangelizantium pacem, evangelizan– tium bona!» El apostolado no es sino una serie de prodigios. Al iniciarse en el mundo, la tierra era un inmenso tem– plo consagrado a los ídolos y si bien hoy todavía los falsos dioses dominan en vastas regiones, no es menos cierto que en todas partes se levantan también templos y altares al verdadero Dios y en todas partes se conoce su ley y se proclama su reino. Uno tras otro los retró– gados pueblos bárbaros, refractarios, humanamente ha– blando, a toda idea religiosa y a todo influjo cristiano han escuchado el sagrado mensaje del Evangelio, lle– vado no en la punta de las espadas de gente más fuerte o más poderosa que ellos, sino por personas indefen– sas, pero siempre elocuentes y ante las cuales inclina– ron sus cabezas, quemaron sus ídolos, destruyeron la superstición y entraron a formar parte de 1a gran fami– lia cristiana. Todas las naciones de Occidente y mu– chas de las de Oriente son hijas del misionero. Esta es la historia de 20 siglos de cristianismo, desde la pri– mera conversión obrada por San Pedro en las puertas del Cenáculo hasta la última conquista del más moder– no de los misioneros. Y con la fe, el apostolado católico ha llevado por todas partes la civilización. Nunca hemos pretendido polemizar, pero no nos sería difícil establecer que si ha habido en la tierra una institución esencialmente civilizadora que ha llevado y propagado la civilización con el celo más ardiente y a costa de inmensos sacrificios, ha sido el apostolado ca– tólico. Los misioneros fueron los primeros civilizadores

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