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-14- innumerables catecúmenos que se alistan diariamente en las filas de la verdadera Religión, despedazando sus ídolos o abjurando de sus errores. Siempre conquistas, nuevos triunfos y grandes vic– torias frente a pérdidas pequeñas, insignificantes. La Iglesia mira con orgullo de madre a sus intrépidos hi– jos, los misioneros, y ellos llevando en el rostro la sa– tisfacción de los grandes conquistadores, sacrifican con alegría su vida, para agrandar cada vez más sus cam– pamentos y avalorar con nuevos méritos su ya precio– sa corona. Hoy son cerca de 70.000 los obreros evangélicos de toda edad, sexo, condición y patria que trabajan in– cansables en las avanzadas; ejército santo e imponente, más hermoso que el que cubrió los campos de Israel en las llanuras de Nl.oab y que el mismo Balaan no pudo menos de admirar y bendecir. Una sola palabra basta para compendiar toda su historia: <1Trabajan.» «Leyendo esos folletos esparcidos por todo el mundo-escribe Mons. Du-Pont refiriéndose a los «Ana– les de la Propagación de la Fe»-se aprende a co– nocer lo que es el apostolado católico... Allí se narra, con encantadora sencillez, las pacíficas conquistas de los pueblos a las que el Divino Salvador no puso otros límites, que los límites mismos de la tierra, al decir: «Eritis mihi testes usque ad ultimum terrae». Y an– te la narración de esas correrías y predicaciones con– tinuas, de esas persecuciones y fatigas de toda suerte, cuyo eco nos llega de todas las partes del globo, no se puede menos de exclumar con ei Profeta: « Quam spe-
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