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-12- sencadenadas por el infierno, parecía que iba a ahogar en su propia sangre a la naciente Iglesia, oyóse reso– nar vibrante la voz del Evangelio hasta en los 1íltimos confines del Imperio romano. Y cuando después de tan– ta lucha pudo conquistar por fin la Iglesia la paz y la libertad, fueron todavía mucho mayores los progresos que mediante el apostolado realizó en todo el mundo sirviéndose de hombres insignes por su celo y santidad. Es la época en que Gregorio ilumina la Armenia, Vito– rino la Stiria, Frumencio la Etiopía; es cuando Patricio conquista para la fe a los irlandeses, Agustín a los in– gleses, Colombo y Paladio a los hijos de Escocia; en– tonces Clemente Wilibrordo, primer Obispo de Utrecht evangeliza a Holanda, Bonifacio y Ansgario convierten a Cristo los pueblos de Germania y Cirilo y Metodio a los Eslavos. Ensánchase con esto el campo del aposto– lado y vemos a Guillermo de Rusbroquio penetrar entre los Mongoles, empuñando la antorcha de la fe y a Gre– gorio X mandando misioneros a la China, donde poco más tarde los hijos de San Francisco fundan una cris– tiandad floreciente que desaparece al poco tiempo ba– rrida por la persecución. Descubierto el nuevo mundo todo un ejército de varones apostólicos entre los que descuella la noble figura de Bartolomé de las Casas, gloria de la ínclita Orden Dominicana, se consagra a convertir y defender aquellos pobres indígenas, mien– tras San Francisco Xavier, émulo de los primeros Após– toles de Jesucristo, después de haber trabajado lo inde– cible en la India y el Japón por la gloria de Dios y la salvación de las almas, muere en las fronteras de la China, a la cual se dirigía, como señalando con su

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