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Los prime– ros compañe– ros. CAPITULO II LOS MISTICOS FRANCISCANOS Que la Orden Seráfica no fué a la zaga de nin– guna otra ni en la práctica mística ni en su litera– tura, es cosa que no ha menester demostración. San ·F:rándsco es «el místico por antonomasia» ( 1182-1226) ; fué un místico que tenía fe en el mis– ticismo, no en la mistificación; un místico según frase de G. K. Chesterton, enemigo mortal de todos aquellos místicos que derriten el contorno de fas co– sas y disuelven un ser en el medio circundante; un místico de luz de día y en noche cerrada, no un místico de crepúsculo. Fué lo más opuesto a esa es– pecie de visionarios y orientales que sólo son mís– ticos porque un exceso de escepticismo les impidió ser materialistas ( 1) ». Su vida, sus obras, su litera– tura, d~sde la Protoregula al Cántico del Sol, forman una cadena de místicas producciones, un himno al espíritu de amor y unión con Dios, el más fervoroso y cumbre que se puede cantar. (1) El problema de San Francisco de Asís, cap. VI, pág. 150. El Padre Pcmrrat, en La spiritualité chrétiénne, tomo II, París, 1921, dice: «Saint Frarn;ois d'Assise il est eminentement un afective, un mystique au sens plein.

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