BCCCAP00000000000000000000168

-86- Samuel diciendo: «He pecado». (1) David rece– noce apenadísimo que ha faltado y exclama hu– mildemente: «Peccavi, et malum coram te feci». (2) San Pedro reconoce sus culpas y las llora amargamente. (3) Judas, no pudiendo resistir los remordimientos de conciencia que lo devo– raban, arroja desesperado los treinta dineros en el Sanhedrín, añadiendo con despecho: «He pe– cado entregando la sangre inocente». (4) En los Hechos de los Apóstoles leemos que muchos de los que habían creído, venían denunciando y confesando sus actos». (5) En los primeros si– glos del cristianism9, muchos cristianos se con– fesaban públicamerne. San Agustín nos da un testimonio perenne de su profunda humildad, publicando a los cuatro vientos sus Confesiones. Bien sabido es que Rousseau publicó también con cínico desenfado sus famosas Confesiones, aunque lo hizo para glorificar el crimen y pasar a la posteridad como un hombre singular y ex– traordinario. Observad de paso la enorme dife:– rencia que media entre unos y otros. Todos di– jeron: he pecado, pero no todos fueron justifica– dos, por que fueron distintas las miras. S. Agus• tín se humilla y se rehabilita; mas el cínico Ros- 0) HReg. XH, 13. (2) Pslm. 50. (3) Luc. XXII, 62. (4) Math. XXVII, 4. (5) Act. Ap. XIX, 18.

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz