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-85- ahinco el día de sus tristezas uh corazón y oídos -cariñosos a quien ronfiar sus dolores, sus sospe– chas, sus inqúietudes, sus tedios, sus amarguras. A veces tenemos pesar de las confidencias que / hicimos a personas inconsideradas; nos duelen -en lo más hondo del alma las traiciones de que con frecuencia somos víctimas; deploramos el no hallar más que oídos curiosos e indiferentes que profanan nuestro dolor, siendo contado el número de los que en realidad se compadecen de.la pena que nos devora. Esto no obstante, como la angustia que sentimos es tan grande, a falta de amigos leales, discretos y generosos, revelamos nuestros secretos a personas extrañas para que nos aconsejen y defiendan. En mo– mentos dados es tan impetuosa la fuerza que nos impulsa, que nos sentimos impelidos a confesar hasta los más grandes desaciertos, obedeciendo a la conciencia, que ve en la manifestación es– pontánea de la culpa, un acto reparador de los males causados. La historia de estas confesiones es tan anti– gua, larga y consoladora, que empieza en el pa– raíso y terminará con el mundo. Adán confiesa su culpa entre las florestas del Edén. Caín, des– pués del fratricidio, huye aterrado por los cam– pos gritando con horror: «Mi iniquidad es muy grande». (1) Saul confesó sµ culpa al Profeta (1) Gen. IV, 13,

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