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-74- nuestro destino, el principio de las cosas y fin de todas ellas: y sabemos también que es fidélisimo en cumplir sus promesas. «Los cielos y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán». (1) El hombre puede engañarse: el más sabio, el más leal puede inducirme a error, porque es falible. Pero Dios es verdad infinita, la misma verdad que no puede engañarse ni engañarme. En este mundo miserable que vivimos estamos haciendo constantemente actos de fe; sin ella no hay vida física, ni vida intelectual, ni vida de familia, ni vida social; perdida la fe, no hay relaciones po– sibles entre los hombres. ¡Ah, no podemos atra– vesar este mundo sin creer en los hombres! ¿Y lo atravesaremos sin creer en Dios? ¡Qué absurdo! «Beati qui non viderunt et crediderunt.» (2) ¡Oh Tomás, eres muy dichoso porque pusiste tus de– dos en las llagas adorables del divino Redentor, y vencido por la evidencia dijiste: «Dominus meus et Deus meus! (3) Sin embargo, hay quie– nes son más dichosos que tú. ¿Quiénes? Las ove– jitas de la Divina Pastora que sin tocar los pies y las manos de Jesucristo, dicen como Job: «Sé que mi Redentor vive, y yo con mis propios ojos he de verlo. Esta esperanza está fija en mi cora– zón.» (4) (1) Marc. XIII, 31. (2) Joan. XX, 28. (3) Joan. XX, 29. (4) Job. XIX. 27.

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