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-73- lleno de maravillas ante las cuales palidecen los otros. Allí están las regiones infinitas del ser divi– no, su naturaleza íntima, su vida misteriosa de existencia y relaciones de las tres Personas de la Santísima Trinidad. Allí las regiones adorables de los designios de Dios en la creación del hom– bre: por qué lo creó, para qué fin, de qué dones lo enriqueció para hacerlo capaz de su destino sobrenatural. !Mundo celestial de luz inaccesible que ni el ojo vió, ni el corazón humano acertó a desear! Pero, ¿cómo se penetra en él? ¿Con los ojos? No, porque en él todo es invisible. ¿Con 1a razón? Tampoco, porque allí toJo. es impene– trable. No hay más que un medio para entrar en él, a saber, que Dios quiera revelarnos la existencia del mismo, y mostrarnos sus maravi- 11as. Es precisamente lo que ha hecho, y como nuestras facultades naturales carecen de virtud para penetrar en ese radiante e infinito misterio, nos ha dado la fe. Ella alcanza más que la mi– rada de los ojos, penetra más que la razón. Ella hace que el alma se introduzca en las regiones veladas a las miradas del cuerpo y del espíritu. Se dice que este mundo tiene misteriosas obscuridades. Las tiene, no lo negaremos. Pero ldónde no hay misterios? Además, ¿qué mérito tendríamos en confesar lo que vemos? ¿Lo hay acaso en confesar que dos y dos son cuatro? Por otra parte, sabemos que Dios nos ha revelado

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