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-70- na fe, por el bien de la humanidad y de la pa– tria. No citaré nombres, toda vez que para nadie es un secreto, y además es cosa fácil de compro– bar; pero debo decir, que en el campo de la Igle– sia han florecido desde el principio del cristia– nismo hombres eminentes en todos los ramos del saber humano, que nada tienen que envidiar a los filósofos gentiles y demás que no viven en el seno de la Iglesia. En ella han abundado siempre los poetas, retóricos, filósofos, juristas, teólogos y oradores de arrebatadora elocuencia, en tal número, que realmente admira. Es decir, que nosotros tenemos en la Iglesia todo lo que · ellos tienen, y mucho más que les falta. Ellos no tienen más que ese mundo encantador de la naturaleza, y ese otro mundo hermosísimo de la razón; y esos también lo tenemos nosotros con evidente ventaja. A lo menos, hasta aquí, todos seremos iguales. Pero no; los cristianos nos re– montamos por encima de esos mundos, y allí donde se extingue la mirada de los racionalistas, nosotros descubrimos nuevos horizontes, como Colón, porque la fe nos abre uno nuevo que llena las aspiraciones del alma. Por eso vemos con pena, que esos .hombres mueren de hambre, porque el hombre, ha dicho Jesucristo, no vive solamente de pan, sino de toda palabra que pro– cede de los labios de Dios. (1) No se vive de fí- (1) Math. IV, 4.

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