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-68- bles de Dios, aun su eterno poder y su divini– dad, se han hecho visibles después de la crea– ción del mundo, por el conocimiento que de ellas nos dan las criaturas; y así, tales hombres no tienen disculpa.» (1) Nada extraño es que la Iglesia, que vela por los intereses espirituales, y por la dignidad del hombre, condene lo mismo 1:1 los que demasiadamente confiados en la ra– zón han prescindido de la fe, como a los que apoyándose demasiado en la fe, pisotean la ra– zón, no dándole valor ninguno. La Iglesia bendice la actividad del espíritu humano; el desarrollo de la inteligencia, sus vue– los y sus triunfos. Puede decirse que para cada una de sus máquinas tiene una oración, que im– petra del cielo e&peciales gracias con que pueda más fácilmente cumplir sus destinos en bien de la humanidad. Lo que ocurre es, que regula enérgicamente los ímpetus desordenados de la razón, y le pone dique a sus libertades desen– frenadas. Ved a una locomotora que en vertigi– nosa carrera de 60 o 70 kilómetros por hora, arrastra en lujosos vagones multitud de precio– sas vidas, atravesando montañas, ríos y valles; quitad los rieles que la sujetan, y os hará extre– mecer, por que esa misma celeridad con que marcha la llevará al abismo. Ahora dad a un (1) Rom. 1, 19 y 20.

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