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-67- sus corazones insensatos. (1) No es éste, no, h. m., el alto y sublime fin para que nuestro Señor <lió la razón al hombre. Tampoco es este el verdadero mundo en que la inteligencia debe desenvolverse. Es doloroso ver como los racionalistas han abusado de la razón; pero tambien lo es que los tradicionalistas hayan traspasado los límites de lo justo. Es un absurdo negar, como pretenden ellos, que la razón no establece con certidumbre ciertas verdades del orden natural, llamadas preámbulos de la fe, y sus motivos de credibili– dad, que son puntos de partida. La razón com– prueba y verifica las pruebas de la fe. Todavía más. La razón, llevada a su último extremo, después de agotar todos sus esfuerzos, compren– de que hay gran número de cosas a las cuales no alcanza, pero que debe alcanzar, toda vez que aquellas le obligan a conocer la existencia de Dios y de la revelación. La razón por último, demuestra sólidamente la posibilidad, la utili– dad y la necesidad de la misma revelación. San Pablo lo da bien a entender escribiendo a los Romanos con estas palabras: «Puesto que ellos (los hombres) han conocido claramente lo que se puede conocer de Dios, porque Dios se lo ha manifestado. En efecto, las perfecciones invisi- (1) Rom. 1, 21.

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