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-65- razón, hay que confesar que yerra tanto como los sentidos, con la agravante, de que sus con– secuencias son más funestas que las de aquellos. Téngase presente, que la razón a pesar de sus triunfos resonantes, son contadas las cosas de que tiene ciencia cierta. Los misterios que nos rodean por todas partes, y, lo que es más humi– llante, los fenómenos que llevamos dentro de nosotros mismos, como el principio de la vida y el fin de ella, por ejemplo, ni con el escalpelo, ni con el bisturí, ni con el microscopio, ni con cálculos científicos pueden comprenderse. Hay quien salta de gozo creyendo haber resuelto al– gún problema transcendental. Triunfo efímero. Poco después otro sabio ve algo más, y tira por tierra el castillo de naipes del primero, probán– dole que se había equivocado. Al fin, vienen a probar lo que dice el Espíritu Santo, que «Dios dejó el mundo a la disputa de los hombres, para que el hombre no halle la obra que hizo Dios desde el principio». Bueno será tener presente que, acerca de los fueros de la razón, hay dos sistemas diametral– mente opuestos, absurdos los dos, y ambos con– denados por la Iglesia. Ciertos hombres, que no han sabido conducirse como sabios, se han ido a los extremos; y, cegados por las pasiones, unos han elevado la razón más de lo justo, sin tener en cuenta que es arma de dos filos, que hiere a quien no la maneja según las divinas disposicio- 5

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