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mo que se ve en el desierto de Sahara; del pa– refio que aparenta tres soles, cuando en realidad no es más que uno, y de mil cosas más que pu– dieramos citar. Dios, h. m., infinitamente bue– no e infinitamente poderoso, Padre amantísimo de sus hijos, como ningún padre podrá serio, acude a esta gran necesidad, y para sacar a los sentidos de los errores en que caen con tanta fre– cuencia, les da el poderoso auxilio de la razón, don precioso que repartió indistintamente entre los hombres de todas las épocas, lo mismo a los del pueblo escogido, que a los gentiles. Veamos más detenidamente el campo donde la razón se mueve, sus grandes y asombrosas conquistas; en una palabra, el mundo de la razón, de que en segundo lugar me propuse hablar. I I El mu111do de la razón.-Después del mun– do de los sentidos que tanta admiración y regocijo causa al hombre, viene, h. m., el mun– do de la razón, de valores más positivos e interesantes para las ovejas de la Divina Pas•– tora. La belleza de la vista comparada con la razón, no es más que una sombra. La razón es un poderosísimo auxiliar de los sentidos, co– mo hemos visto. Ella los saca de los errores en que caen, y les pone de manifiesto que pade– cen ilusio11es ópticas. Pero no para en esto, si no

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