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-62- el gran Sarasate con una sola su digioso violín. Nadie podrá negar que la músi– ca, la poesía, la pintura, la voz humana, las be– Iezas de la naturaleza, de tal modo influyen en el hombre, que a veces lo dejan como teniendo tan fija la atención, que no se da cuen– ta de lo que pasa en su alrededor. no obstante esos brillantes cuadros, éxtasis del ta y del pintor, es un hecho por nadie que los sentidos nos engañan a cada paso, ha– déndonos creer que son realidades, lo que no son otra cosa que puras ilusiones. No hay mortal en la tierra que no haya experimentado amar– gos desengaüos y decepciones con los sentidos. Fácil es probarlo, como vamos a verlo breve– mente. Cuando viajamos en el tren, nos parece que corren con vertiginosa carrera los árboles, los montes, los ríos, la tierra con su fáuna y con su flora; pero no es así. La razón nos dice que somos nosotros los que corremos, lo demás está quieto. Por mucho tiempo se creyó que la tierra no se movía, que era el sol el que giraba de orien– te a occidente. La razón vino luego y dijo, no: la tierra es la que gira en derredor del sol. Si me– temos un Iapiz en un vaso de agua, nos parece– rá a simple vista que el lapiz está quebrado. No lo está, dice la razón: es efecto de la refracción nada más. Lo mismo podemos decir del espejis-

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