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-60- de fuego, los pétalos luminosos de sus desechas corolas». La tierra recrea los sentidos con sus gran– diosos panoramas; sus praderas cuajadas de vistosas flores; sus montañas elevadísimas; sus bosques silenciosos; su variedad de árboles fru– tales; sus aves y animales de diferentes especies e infinidad de maravillas, cuyo número, como dice Job, no puede contarse. lQué plácida e in– terna emoción se experimenta en la poética hora de la tarde! Los últimos rayos del sol poniente doran las crestas de los montes que parecen ar– der en hogueras, como sucedió en Asturias, en el famoso hecho de armas que valió su nombre al progenitor de los Cienfuegos. Las aves se re– tiran a sus nidos cantando un himno al Criador, como para recordar al hombre el rezo del Ange– Ius, que por desgracia, se va perdiendo, no ya entre las clases elevadas, sino hasta en los me– nesterosos y jornaleros, que para gala de la raza conservaban su propia fisonomía con su fe, hoy casi del todo perdida. Aun el retomo de los cam– pesinos a sus hogares en pacíficas caravanas; sus cantos populares tan alegres, tan dulces, tan poéticos y expresivos, los tintes misteriosos de los valles, el balar de los rebaños que salen a pa– cer; hasta el monótono canto del grillo... todo en fin, tiene en aquella hora su encanto indefinible, para quien sepa gozar prácticamente de la natu– .raleza. Cierto, que al contemplar el vasto y es-

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