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-59- El m1U111do i!le los senfülos.-El primero de esos mundos, amados hermanos míos, es e1 de la naturaleza. Apenas abro mis ojos veo ma– ravillado las bellezas encantadoras de la crea– ción: el sol, la tierra, los astros, el mar, las flo-– res, las montañas, los valles, los ríos, los peces;. todo se refleja en mi mirada, y tengo que decir como el Real Profeta: «Domine, Dominus nos– ter, quam admirabile est nomen tuum in univer– sa terral» (1) iüh Señor, Dios nuestro, cuán ad– mirable es tu nombre en toda la tierra! Esos astros, Dios mío, que veo colgados en el espa– cio inconmensurable, cual lámparas inmensas,. recorriendo con carrera velocísima la órbita que les habéis seflalado desde el principio de la. creación, sin separarse un ápice de su invisible camino, cantan sin cesar tu gloria. Coeli ena– rrant gloriam Dei. (2) iQué hermoso espectáculo. se ofrece a nuestra vista, al contemplar en noche serena el cielo tachonado de estrellas refulgen– tes! «El firmamento, ha dicho un célebre autor,. nos ofrece como un vasto campo, cuyas flores son las estrellas: flores desde mucho tiempo abiertas, que al marchitarse, porque son perece– deras, dejan de caer en los espacios, y en lluvia. (1) Pslm. VHI, 2. (2) Fslm. VXIII, 2

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