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-57- Y ahora pregunto. ¿Quién soy? ¿De dón– de vengo? ¿A dónde voy? ¿Qué hago aquí en la tierra? ¿cuál es mi fin? ¿soy el primero de los seres? ¿Para qué tengo las potencias del alma, para qué los sentidos del cuerpo? Preguntas son estas de grandísimo interés para todo hombre que sepa discurrir. No es del caso presente con– testarlas una por una. Diré que Dios infinitamente sabio y poderoso, al formar al hombre con sen– tidos y potencias, y darle aspiraciones altísimas, creó para cada uno de ellos objetos adecuados. Creó el mundo de los sentidos, el mundo de la inteligencia y el mundo de la gracia perfecta– mente eslabonados. Así, cuando yerren los sen•– tidos, irá en su ayuda la inteligencia; mas, cuan– do la inteligencia se equivoque o yerre, ¿quién la sacará de su error? ¿Quién? El Creador omnipo– tente. Un Dios, Padre amorosísimo, rico en mi– sericordia, como enseña San Pablo, no puede dejar abandonada su obra, y, ciertamente, no la abandona; le revela su fin y le da abundantes medios para conseguirlo. Para el creyente la so– lución es fácil, porque tiene la fo que le guía certísimamente a su destino sobrenatural. Para el descreído no queda más que el absurdo o la desesperación. Es, pues, la fe una gracia imponderable que se nos infunde en el santo ba11tismo, y sin. la cual no es posible agradar a Dios, como dice San Pablo. Creyó la Divina Pastora, y por eso

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