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-111- tarde al Paraiso, entre cuyas florestas, embalsa– madas, recreaba y alimentaba: el alma del primer hombre con divinas comunicaciones. Rotas las relaciones del hombre con Dios por el pecado, el Verbo eterno deja las noventa y nueve ovejas en el cielo y desciende a la tierra para salvar a la que había perecido de la casa de Israel. El, que fS espíritu y vida, derrama su savia divina por ~bdas las arterias de la humanidad, de ho.m– bre fo hombre, de siglo en siglo, renovando la faz de la tierra, dando a comer su cuerpo y a beber su sangre preciosa. Un año antes de insti– tuir el Santísimo ·sacramento dijo en Cafamaúm a las hirbas que le seguían: «Os gloriáis de que vuestros padres comieron el maná en el desierto milagrosamente. Es verdad que lo comieron, pe– ro murieron». «Yo os daré un pan, y el que lo coma vivirá eternamente. Yo soy el pan que descendió del cielo. Yo soy el pan de vida eter– na. El que come mi carne y bebe mi sangre, tie– ne vida eterna». (1) ¡Qué claridad, qué luz hiay en estas palabras tan desprovistas de poesía y de retórica! Los jÚdíos se maravillaron del.poder de Jesucristo ál ver que dice a Lázaro con autori– dad suprema: ¡Sal de la tumba!: y Lázaro sale al punto fuera. Mujer, estás curada,: y en aquel instante queda sana. Que al mar embravecido le (1) Joan, VI, 51.

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