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- 109-· tiempo oportuno, los campos se llenen de frutos riquísimos y doradas mieses. iOh Dios mío,. cuán admirable eres en tu sabia Providencia, de qué modo tan misericordioso haces salir el sol para los buenos y los malos, y qué bien mani– fiestas que no desechas las obras que salieron de tus manos, aun cuando nosotros. las desfigu– remos con nuestros pecados! No obstante esta Providencia divina, el hom– bre arrastra desde que nace una cadena omino– sa y con ella camina sin detenerse hacia la muerte que llega infaliblemente, porque escrito está; «Que el hombre ha de morir una vez.» Ahora bien: si para alimentar y regalar a la car– ne flaca que al fin ha de perecer y convertirse en polvo, hace tales maravillas, ¿qué hará para alimentar a las almas que son eternas ab aevo, que arden en deseos nobilísimos de volar a las regiones infinitas de lo inmortal, y tienen ham– bre y sed insaciable de Dios? ¿Qué hará, digo, por esas almas que buscan a un Dios con un corazón como el nuestro, con una carne como la nuestra, en quien esté vinculado por modo maravilloso y divino cuanto hay de bello y es– plendente en los cielos y de atrayente en la tie– rra? ¿Qué hará, repito, por las almas que desean poseer a un Dios que sea la misma hermosura; más poderoso que todos los reyes, más sabio que todos los sabios, más rico que todos los grandes de la tierra, más santo que .todos los

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