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-107..,- Yo soy la fortaleza, la castidad, el amor, y: El que come mi carne y bebe mi sangre,. en mí mo– ra y yo en él. Pero notad, a m, que aunque Je– sucristo está en la Eucaristía vivo, real, eh esta– do glorioso como está en los cielos, conserva en sus pies y manos las llagas preciosas que sufrió por nuestro amor. iAh! no podemos mirar al Crucifijo sin recordar la Eucaristía, sello de su divino amor. Ni podemos comulgar sin tener presente el sacrificio del Calvario. Es precisa– mente lo que desea nuestro Redentor: Que re– cordemos su pasión y muerte, a fin de que nos, sirva de acicate, y sigamos sus huellas, como en– seña el apóstol San Pedro. (1) Siempre que los sacerdotes damos la sagrada Comunión, decimos estas palabras: ¡Oh sagrado convite, en el que· Cristo es comido, se recuerda su pasión y la mente se llena de gracias! Sí, de gracias, de luz, de energías? para hacer frente a los enemigos d.el .alma y no desmayar en la lucha. No es extraño· que así ocurra: porque l.º La Eucarístía es ali– mento de las almas. 2. 0 Dicho alimento nos vie– ne por medio de la Divina Pastora. Es. el asun-: to que ocupará breve rato vuestra benévola atención. Jesús mío sacramentado, pan celestial bajado, del cielo para alimentar a las pobres ovejas: ma– nifiéstanos los tesoros ocultos en ese divino Sa- • (1) I Petr. H, 21.

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