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-105- obras de los hombres el esfuerzo de. su podero– sa inteligencia, y los rasgos del genio que brillan en ellas a manera de antorchas; con todo, en el ·· frontispicio de esos monumentos, salvo honrosa excepción, no se leen más que estas palabras: Orgullo, rebelión, concupiscencia. La mayor par– te de esas obras están amasadas con lágrimas y sangre, y así no pueden formarse los pueblos. No es eso, no, lo que el género humano necesi– tá. En cambio miro al Crucifijo y ved ahí lo que leo: Humildad, abnegación, obediencia, amores. Es a. m., lo que el mundo necesita. Al hombre egoista, al hombre orgulloso, sin corazón, sin mi– sericordia, insubordinado, vicioso, altivo, a ese lo encontramos por desgracia con harta frecuencia por las calles. Mas, volved los ojos y mirad a Je– sús clavado en un palo infame. Ese que está ahí cmcificado es el Hijo de Dios, el Verbo consustancial al Padre por quien fueron hechas todas las cosas, la luz del mundo, el Santo de los santos, el único Maestro que vierie a salvar el mundo y hacer una gran revolución en la moral, en las ciencias y en las artes, cual nadie jamás la vió; pero no derrama más sangre que la suya propia. El monumento de la cruz es irresistible, porque en el murió Jesús de amor. Esto es poco; muere por amor del hombre. Todavía más: reci– be la muerte de manos de aquellos a quienes amaba y por los' cuales moría. De este modo tan sublime y divino, su muerte fué a vez un perdón

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