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-99- que no siempre puede aceptar la Iglesia. Gene– ralmente hablando, sus leyes son terribles, y su fallo tiene a veces las rrtás funestas consecuen– cias. ¡Ay de aquel a quien dicho tribunal desca– lifique! Uno y otro tribunal castiga, pero no re– habilita. En el tribunal de la penitencia se per– donan todas las culpas externas y hasta los pen– samientos más ocultos, quedando el hombre completamente limpio a los ojos de Dios. Acaso el mundo señale con el deµo a algunos de esos cumpables, diciendo: ¡Miradle, ahí va; es un in– fame, un miserable! En cambio, la Iglesia, ma– ;dre piadosa, una vez que el sacerdote lo ha per– donado, dice: No es un canalla, es un santo. Cierta.mente, pecadores fueron David, San Pe– dro, San Pablo, la. Magdalena, María Egipciaca, Margarita de Cortorta, el Beato Bernardo de Corleón, y miles y miles más, a quienes el mun– do sin entrañas proscribió; mas Jesucristo a to~ dos les abre los brazos, como Padre amoroso, y los llama con voz dulcísima hacia sí: «Puesto · ! que elmundo no os quiere; ya que os tilda con el dedo, os repudia y arroja de la sociedad», ve- nid a mí todos los que andáis agobiados con trabajos y cargas, que yo os aliviaré». (1) Y a esas almas ya purificadas por la penitencia, y que por añadidura han visto los amargos frutos que da al mundo, ¿qué les importan sus juicios? (1) Math. XI, 28.

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