BCCCAP00000000000000000000168

-98- paz. ¿Quién es, a m, quién el que después de haber oído estas palabras consoladoras y solem~ nes, no ha sentido que el alma y el corazón se le han inundado de alegria inefable? No hay fe– licidad, ni paz, ni bienestar en el mundo, que pueda compararse con la alegría que, siente un alma en gracia, después de haber recibido la ab– solución de todos sus pecados. Nada hay com– parable con la santa libertad de espíritu que pro– viene de la tranquilidad de la buena conciencia. ¿Qué, lo duda alguien? Pues póngalo en prácti– ca, y verá como pronto siente tan maravillosos efectos. Mas, no conviene olvidar, que el peni– tente debe arrepentirse de todos sus pecados y arrojarlos del alma, y que para esto no hay más que un medio: la confesión. Es algo parecido a lo que ocurre con la espina de que antes hemos hablado. Arrancad la espina del dedo, y reco– braréis la salud. Arrancad las espinas del alrr,a, y recobraréis la paz ofrecida por Dios a los hom– bres de buena voluntad. Con razón se ha dicho que la confesión es una la de las grandes fuerzas de la Iglesia. Es la diadema del sacerdote que lo consagra rey y padre de las almas; es la victoria del hombre sobre sus pasiones. Notad otra ventaja de la confesión. La socie– dad tiene dos tribunales, el de la magistratura y el del honor. El de la magistratura vela por la sociedad, para que los débiles no sean víctimas de los más fuertes. El otro se mueve con resortes

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz