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-97-- y de todo: el sabio, el ignorante, el noble y el plebeyo, el rico y el pobre, el religioso, el sa– cerdote, el Obispo, el Papa, hasta las almas más encumbradas en la virtud, tendrán que postrar– se a los pies de un hombre y decirle humilde– medte: ¡Padre, he pecado! Soy un miserable, un sepulcro blanqueado, un juguete de mis pasio– nes, un monstruo de iniquidad, un pobre peca– dor. He aquí lo que era preciso hacer, y lo que hizo Jesucristo sin contemplaciones de ningún género, sin habilidades; es decir, de la manera que niás fácilmente parece que debía producir et fracaso. Esta es la ley: ley dura y sangrienta al pa– recer; pero no lo es, dice el Espíritu Santo: «Mandata ejus gravia non sunt». (1) Y Jesu– cristo afirma que: El yugo que impone es suave, y la carga ligera. (2) Pues si es verdad que el hombre se arrodilla delante del confesor, oprimi– do por el temor y la vergüenza, también lo es que se levanta consolado, radiante, lleno de san– ta emoción, sintiéndose otro hombre. Por el po– der altísimo que he recibido de Dios, yo te ab– suelvo de todos tus pecados en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo. · Leván– tate; tus pecados se te han perdonado. Vete en (1) Ep. 1.8,JoanV, 3. (2) Math. XI, 30. 7

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