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-94- perdonados les serán; y a los que los retuviéseis, les serán retenidos.» (1) Son precisamente las palabras que el Obispo dice a los presbíteros el día de su ordenación sacerdotal. Confieso con toda ingenuidad, que no sé expresar la rara y profunda emoción que siente el alma en aque– llos instantes. ¿Quiénpodrá decir, exclama Sau– vé, el contacto misterioso de Jesús con el alma sacerdotal. en tan solemnes momentos? (2) Ya está ungido con el óleo santo; lleva en sí un po– der que no tienen los más poderosos del mundo. Puede perdonar los pecados. Al imperio de sus palabras desciende el Hijo de Dios a sus manos, por frágiles y miserables que ellas sean. No hay misión en la tierra tan alta y sublime como la su– ya, pero tampoco la hay tan delicada y esca– brosa. Para llenarla, según el querer divino, es pre– ciso reducir a polvo el corazón del hombre, tan egoista y apasionado, tan bello y horrible a la vez. Es preciso que ame sin amar, que sea al mismo tiempo de fuego y de hielo. De fuego, para caldear a las almas en el fuego del amor divino; de hielo, para no perecer en el peligro. Pues bien; todo esto se lo dará Dios del modo más cumplido. «Os daré, dice por Ezequiel, un (1) Joan. XX, 21 et 22. (2) Sauvé, Et Cor. dejesús, tom. I, pág. 315.
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